Entorno
INNOVACIONDESCUBRIMIENTO PERSONAL
Maria Fernanda Lopez
7/12/20245 min leer


Del hablar pasivo de la víctima al de quien se hace cargo sin que la queja lo aprisione.
Es en este tiempo de convulsión, de pandemias, de guerras, de polarización política, religiosa, racial, de género o de estatus social, cuando es prácticamente imposible no estar ahogado por toda clase de informaciones llenas de tensiones y ánimos caldeados. Casi sin uno proponérselo, apenas mirando o leyendo un artículo, viendo una noticia o pasando clips y videos de internet, ya tiene uno una opinión formada sin haberse propuesto tenerla. Si nos detenemos a pensarlo, las opiniones se nos entregan y las hacemos propias, sin notarlo, sin quererlo, porque nos llegan con emociones que nos seducen y condicionan. De esas opiniones, basadas en sensaciones en las que no profundizamos, caemos fácilmente en la queja, la crítica, el señalamiento y la categorización de los otros, cualquier que ellos sean según la circunstancia.
La queja se riega fácilmente, se extiende y se expande como los incendios forestales dependiendo de los vientos que nos soplen. Las quejas entonces empiezan a generar impotencia, rabia, frustración contra lo que “obviamente es y no debería ser” y a como “los otros están actuando”. Sigue inmediatamente el paso de reclamar los derechos, lo que creo mío, lo que otros no me dan o, peor aún, lo que me están quitando. Cuando estamos en esa actitud, pocas veces nos detenemos a pensar en “qué puedo hacer yo”, qué parte me corresponde o cuándo soy yo que actúo como “los otros” de los demás. La queja siempre me deja esperando a que otro haga, a que otro actúe, a que otro resuelva y tenga el poder de hacer cambios. La queja, simplemente por la queja, debilita y roba el poder que se reclama. Esto que pasa en el mundo y en la sociedad, obviamente percola al ambiente laboral, a las oficinas, a los talleres, a las fábricas y escuelas y empezamos a replicar los comportamientos que nos polarizan y nos vuelven prontos a la queja y a la crítica en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestro vecindario
¿Qué tanto caigo en el juego de la crítica, la queja y la acusación? ¿Caigo en este lenguaje pasivo y de víctima en cuáles ambientes? ¿Tal vez en mi casa o es más frecuente en mi trabajo?
¿He hecho el ejercicio de hacer una pequeña raya en un papel cuando me quejo y acuso a otros o a las circunstancias de lo que pasa o me pasa? ¿Con cuántas rayitas termino al final de cada día o de cada semana? ¿me siento frustrado al quejarme?
Si la queja vacía genera frustración, me genera ansiedad y me genera ganas de defenderme o de encerrarme a salvo en algún sitio remoto, ¿me deja alguna opción de solución que dependa de mi y pueda empezar a actuar, a activamente pensar y hablar de cosas que yo puedo hacer?
Tengo una amiga muy exitosa profesionalmente, médica investigadora muy reconocida que un día empezó a sentirse fatigada. No podía caminar rápido y mucho menos salir a correr. Luego no pudo hacer las cosas básicas en su casa, ni la lavandería, ni lavar los platos y empezó a fatigarse al hablar, por lo que tuvo que pedir incapacidad médica temporal. Cuando tuvo un dolor muy fuerte en el pecho, en la mandíbula y en el brazo, fue al centro de emergencias pensando que tenía un infarto. Para hacer la historia corta, no le encontraron nada después de muchos exámenes y el cardiólogo le recomendó ver a un siquiatra. Resulta que muchas de las teorías en medicina del corazón, se han construido alrededor de las patologías de los hombres y muchas mujeres que padecen esos trastornos, quedan subdiagnosticadas o les mandan medicinas para la ansiedad y los ataques de pánico. ¡¡También en esto hay sesgo de género!! Mi amiga se sintió abandonada de la ciencia a la que le había dedicado su vida y se quejó y le pareció injusto que no tuviera el mismo nivel de atención ni de exámenes que hubiera tenido un hombre, simplemente porque la ciencia no estaba basada en estudios hechos en mujeres sino en hombres. ¡Realmente ella es una víctima de las circunstancias y tiene derecho a quejarse de eso! Pero, ¿qué ha hecho? Decidió empezar a estudiar la rara patología que sufre y que finalmente encontraron después de insistir mucho en que le hicieran exámenes especializados, tan raros que sólo 5 centros los hacen en los Estados Unidos. Luego encontró una cardióloga, una mujer que se dedicaba a los padecimientos cardíacos en las mujeres y con ella ha empezado un camino de tratamiento y de rehabilitación, pero aún más, de investigación y abogacía para buscar que haya más investigación y profundización en el diagnóstico y tratamiento de padecimientos cardiovasculares en las mujeres.
Ella, mi amiga, cambió rápidamente el lenguaje de víctima, el lenguaje pasivo de la queja y la crítica, por un lenguaje de acción, de creación, de movimiento hacia una realidad distinta que no era la que simplemente debía aceptar con resignación. En ella hubo una transformación inicial, una energía de activación que la movió a investigar, a preguntar, a insistir y a crear una nueva realidad y empezó a seguir una dinámica de cambio que estamos seguros, será de gran utilidad para muchas personas, hombres y mujeres, que sufren enfermedades parecidas. El cambio que ella anhelaba, le empezó a llegar pero porque salió a buscarlo. Ella tomó el poder que parecía tener alguien más, alguien desconocido o tal vez inexistente y decidió cambiar la realidad. Hoy cuando ella describe lo que le pasa, habla con la seguridad de que va a salir de su enfermedad y que con ella, con su manera segura de hablar, saldrán muchas más personas también.
Todos tenemos cosas que queremos cambiar en nuestro entorno, desde las más pequeñas y simples como hacer cambios en la casa o comer más saludablemente, hasta las más grandes y relevantes que impactarían a la humanidad. El punto es ¿cómo asumo yo esos cambios que quisiera ver? ¿desde qué ángulo me paro a mirar la situación? ¿tal vez como víctima que no puede hacer nada, o tal vez desde la mirada de creador y maestro de una solución aunque sea pequeña y no parezca relevante? El primer punto es saber cuál es la situación y ahí mismo, en ese mismo instante en que se reconoce, está sembrada la decisión ( o la falta de decisión) de cambiar la situación. ¿Cuál escoges?